El truco del mago

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Cuando nos reímos, el mago recurre al engaño.» El cerebro tiene límites para captar detalles.
El arte de magia se basa en un principio fundamental: distraer la atención del espectador. Un estudio científico acaba de confirmarlo

Hace siglos, los quemaban en la hoguera. Ahora no sólo pueden ser bien pagados, sino que se les reconocen dotes de neurólogos. “En muchos aspectos, los magos saben más que los científi cos cognitivos sobre la naturaleza de la atención de la conciencia», dice Susana Martínez-Conde, del Instituto Neurológico Barrow en Phoenix (Arizona), autora de un trabajo sobre percepción con la ayuda de una selección de magos de renombre internacional.
El estudio, publicado en la revista Nature Reviews Neuroscience, sostiene que los magos manipulan los procesos cognitivos del cerebro “de forma espectacular». ¿En qué consisten estas herramientas? No podemos entrar en detalles (los magos nunca revelan sus trucos), pero sí existen distintas estrategias. Por lo general se combinan varios elementos que infl uyen en la atención, la consciencia y la confi anza y que tienen como finalidad última distraer la atención del observador.

Según el lenguaje del gremio, estas técnicas tienen un nombre: misdirección. Puede ser misdirección abierta («miren esta mano (mientras me guardo la carta en la otra)», encubierta (hacer que los espectadores dirijan la atención- no necesariamente la mirada- a un lugar determinado sin indicárselo directamente, por ejemplo a través de acciones y otras técnicas que capturen la atención) o social (en la que el mago utiliza su propia mirada u otro tipo de comportamiento para desviar la atención del público). “Desde luego utilizamos estrategias y trampas psicológicas sutiles para lograr que el espectador vea y piense lo que queremos en el momento adecuado y preciso», reconoce Pere Miró, mago miembro del Club de la Magia.

Las investigaciones sobre la percepción de los objetos y la capacidad de reacción del ser humano, que ya llevan años de recorrido, han llegado a establecer unos principios que los magos siguen al pie de la letra y que facilitan su labor. Baste con saber, por ejemplo, que si se produce más de un movimiento, los espectadores siempre tendrán la tendencia de seguir el más grande. De la misma manera -asegura el mencionado estudio- si se desarrollan en el escenario varias acciones casi de forma simultánea, la que habrá empezado antes atraerá más nuestra atención.

Los magos llevan al terreno concreto estas reglas y sacan máximo partido de ellas. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la llamada correlación ilusoria. ¿Qué significa? Todos lo hemos experimentado alguna vez en la vida. Si A precede a B, a menudo sacamos la conclusión de que A es la causa de B. El ilusionista es consciente de ello: si se vierte agua sobre una pelota y ésta desaparece, las reglas cognitivas nos llevarán a la conclusión de que el agua es responsable de la desaparición.

A partir de ahí el paso es breve: el espectador creerá que el líquido tiene propiedades mágicas, que vuelve los objetos invisibles. Otro engaño muy conocido es el de la repetición. Cuando observamos un efecto que se repite en el tiempo, el cerebro asume de forma natural que cada repetición se lleva a cabo con el mismo método y como consecuencia de un idéntico proceso. Pero -ojo- el mago puede cambiar este último, sin que el efecto varíe. De hecho, siempre es mejor no repetir el truco dos veces para evitar que el espectador consiga captar su funcionamiento.

No todo es tan sencillo en un espectáculo de magia: en cada número, el mago tiene que llevar a cabo una serie de acciones y algunas pueden ser innaturales. Pero el buen ilusionista tiene la capacidad de convencernos de que es lo más normal del mundo. Para ello recurre a su repertorio gestual y teatral, como la voz, la comunicación no verbal y los distintos gestos.

El recurso al humor durante un espectáculo no es sólo una opción para divertir al espectador y para que el número sea más ameno. El público que se está riendo no puede prestar atención a las maniobras y los pasos secretos del mago. En efecto, está comprobado que el humor afecta a nuestro nivel de atención. Durante la risa, es como si el tiempo se parara y el nivel de con centración disminuye. Es cuando el espectador es más vulnerable y prácticamente el mago puede hacer cualquier cosa sin que el público se percate de ello. Es un fenómeno que a nivel científico todavía está pendiente de averiguaciones y que tiene algo de misterioso.»Un mago tiene que causar empatía. Caer bien al público. Si lo consigue, tiene mucho ganado. Es como un alumno aventajado», reconoce Josep Roma, presidente de la Sociedad Española de Ilusionismo.

De hecho, muchos trucos mágicos se llevan a cabo cuando el espectador cree que el mago ni siquiera ha empezado, o incluso cuando supone que éste ha terminado. Es aquí cuando los ilusionistas usan la risa o la comedia para reducir el foco de atención. Ahora está de moda que los magos en sus espectáculos también hagan reír. Pero es cierto que entre los grandes ilusionistas de la actualidad hay algunos que no se basan exclusivamente en hacer gracia.

Criss Angel se ha especializado en magia extrema, en los llamados juegos bizarre algo sangrientos. Jeff McBride introduce un tono más místico y fi losófi co en sus actuaciones. Y René Laband siempre ha destacado por su carisma, la oratoria y la inteligencia. “Quizá no sea sólo la risa. Otras emociones pueden dar lugar a un efecto de distracción equivalente al humor», dice Martínez-Conde, aunque precisa que habría que investigar más a fondo el tema. En este sentido, Miró es partidario de recuperar el espíritu más ancestral de la magia, aunque el público parece más preocupado por descubrir el truco y soltar carcajadas. “A mí me gustaría pensar que el mago es aún capaz de emocionar, hasta de hacer llorar», dice.

En todo caso, el objetivo siempre es el mismo; separar el momento del efecto del momento del método, para evitar que el espectador establezca alguna relación entre los dos elementos. “Nosotros engañamos, pero el público se deja. Es como un juego. Los trucos no son buenos o malos, simplemente están bien presentados. En este oficio se precisan dotes teatrales. El mago en el fondo no deja de ser un actor que incorpora el papel de mago», precisa Miró. “El único límite es que siempre hay que respetar al público, nunca ridiculizarlo», dice.

De ahí la pregunta clave: ¿cómo es posible que, pese a todo, el espectador de deje embaucar? “Creemos en la magia porque es la simbología de los sueños. La magia nos lleva a la inmortalidad -se cortan cabezas y, pese a todo, seguimos vivos-, nos dice cómo será el futuro -con las previsiones y adivinanzas típicas del mentalismo- y nos promete riqueza -aparecen monedas de la nada-«, cuenta Moustache, ilusionista que trabaja en la tienda Magicus de Barcelona. Poco importa si la actuación del buen mago nos lleva al territorio de lo absurdo o descabellado.

Se ha observado que el público confía de forma entusiasta más en las sugestiones y en la información que meramente se insinúa o se oculta que en las simples afi rmaciones. Paradójicamente es la teatralidad o el misterio de ciertas actuaciones, la que hace aceptar lo inverosímil al espectador. Como dijo Oscar Wilde, “el hombre no creerá nunca en lo improbable, pero sí puede creer en lo imposible».

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