Cena anual de la Hermandad Mágica.
MADRID. Cartas, pañuelos, chisteras, billetes… todo tipo de trucos se dieron cita el pasado domingo 10 de febrero en el Hotel Eurobuilding de la capital donde el Club de Ilusionistas Profesionales celebró su tradicional cena de hermandad anual. Se trata, según explica su presidente, Miguel Ãngel Rodríguez -conocido en el mundillo como Conde Ropherman- de una de las sociedades mágicas con más solera y más antigüedad de España. No en vano, en 2008 se cumplen 54 años de su fundación.
Este Club de Ilusionistas, inicialmente pensado sólo para profesionales, ha abierto en los últimos años la veda y permite también el acceso a aficionados, siempre que vayan avalados por dos miembros antiguos de la sociedad. Así, han sobrepasado ya el medio millar de afiliados.
A la cena convocada acudieron unos 300 magos, de diferentes categorías: grandes aparatos, micromagia, cartomagia, cómicos… en función de las preferencias y las habilidades de cada uno. Antes, para ir calentando motores, organizaron un rastrillo en el que vendieron e intercambiaron instrumentos de lo más diverso y original, sobre todo para los profanos en la materia. Desde los trucos más típicos, como el libro-paloma, hasta los más innovadores, como una pizarra cuerda, se citaron en el rastro.
La cena sirvió de excusa para que los magos hablaran de la profesión. La sensación, en general, es que la magia está pasando ««por un momento dulce»», ya que los ilusionistas ««tienen las puertas de los teatros abiertas y también las de las empresas, que cada vez contratan más este tipo de servicio en las reuniones de trabajadores»», explicaba el mago Domingo Artés, llegado de Murcia.
Renovarse o morir
Según comentaba Artés, los ilusionistas han logrado renovarse con el paso de los años, con lo que han conseguido sobrevivir a las modas. ««Los trucos más conocidos son los de cortar a alguien por la mitad, clavarle espadas o hacerle desaparecer, y nosotros hemos conseguido juntarlo todo en un mismo número»», afirmaba orgulloso. Como él, Alexis, de Ibiza, vino hasta la capital para vender algunos trucos aprovechando que en la isla es temporada baja. En su pequeño escaparate podían comprarse artículos desde diez euros hasta 3.000, si es que se encargaba algún gran aparato de los que vendía por catálogo.
Uno de los más activos en rastrillo fue el mago Jarry, que aunque sólo lleva ocho años en la profesión, reconoce que ha sido mago siempre, ya que antes trabajaba en un hospital infantil y aprovechaba sus dotes para encandilar a los niños.
La cita del próximo año será en un lugar especial: el Teatro Circo Price, donde, sin duda, fluirá la magia.
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