Las moscas (y el ciclo de la creatividad)

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por Woody

A pesar de mi afición a la música y mi faceta de compositor de bandas sonoras, nunca pensé que, en mi estilo mágico, pudiese cuadrar un día un número musical. Había usado música de acompañamiento, pero siempre de fondo, para acompañar alguna charla especial. Un día hice un comentario al respecto en el Escorial, en la comida de una de las jornadas. Manolo Cuesta me dijo “Tampoco me veía yo y ahora estoy encantado. Si te atrae, lo terminarás haciendo». Pues mira”¦

Ahora mismo, una de las partes favoritas de mi espectáculo es un número eminentemente musical. “Las Moscas», juego que he personalizado, pero no versionado, pues, tanto en método como en estructura, lo hago prácticamente igual que mi querido amigo Joaquín Matas, de quien lo aprendí.

Es precisamente la concepción como número musical lo único que yo le he aportado, pues la realizo al son del “Vuelo del abejorro» de Rimsky Korsakov, sincronizando los movimientos de las moscas/abejorros con los arreglos orquestales en los que vientos y cuerdas pretenden imitar el ruido característico del insecto. El resultado es una rutina que “rompe» mi espectáculo, aportando un aire fresco cuando el uso de una baraja convencional está casi agotado. Tras 25 o 30 minutos de magia hablada con una baraja normal, de repente aparece esta rutina, musical, visual, divertida”¦ ¡y que me encanta hacer!

Y para mí, que tiendo a alargarme en la realización de los juegos hablados, el realizar este juego con música ha supuesto el conseguir, sin esfuerzo, realizar una rutina de “cuatro ases» en menos de dos minutos. Si la hiciese hablada, seguro que no bajaría de, al menos, el doble.

Sin embargo, hay una espinita clavada por ahí. Pretendo que mi espectáculo sea lo más personal posible y, a excepción de versiones de clásicos (pero versiones personales, en todo caso), intento presentar siempre juegos originales o a los que he aportado sustancialmente algo. Pero aparte de la “fusión musical», las moscas de Joaquín estaban tan perfectas, que nada he podido tocar: de hecho, cuando le mostré a Joaquín la única “mejora» que fui capaz de hacerle respecto a las notas de conferencia, (una variación en el pase para la desaparición de la mosca final) me encontré con que él ya había llegado a la misma idea y la estaba utilizando. Me siento culpable de presentar un juego de forma tan parecida a como lo hace un colega, aunque en este caso el colega esté encantado con mi presentación”¦

Supongo que ese sentimiento de culpabilidad me llevó a “escarbar» en la idea, para intentar encontrarle nuevas perspectivas al método o la estructura, o algo que hiciese saltar la “chispa» de la versión personal. Pero lo que encontré es que este juego tiene un pasado más allá de Aldo Colombini (que Joaquín consideraba versión original del juego y que le llevó a desarrollar la suya para simplificarla), y una evolución de lo más interesante, que te hace reflexionar sobre el mercado mágico y los magos como comerciantes. Vamos a ello.

A finales de los años 70 y primeros de los 80, Nick Trost, un genial mago americano que trabajaba en aquellos tiempos en la fábrica que producía las barajas Aviator (antes de la USPC la comprase), desarrolló y comercializó varios juegos de paquetito, que hoy día están considerados por algunos (entre ellos, un servidor) de los mejores de la historia. En varias ocasiones Nick Trost (con la ayuda de Sid Lorraine para algunas charlas) repitió la misma estructura: una rutina con cartas con dibujos, con las que producía el efecto mágico, y que al final desembocaba en la aparición de un dibujo que terminaba en un “gag», como si de la secuencia de una tira cómica se tratase.

Así publicó “Fly Circus», el primer juego con la idea de las moscas. Se trataba de un juego de “cartas que pasan» que contaba la historia de tres moscas que viajaban junto a la mosca jefe desde un paquetito de cartas blancas. Se iba mostrando cómo viajaba cada una de las moscas, pero en la mosca final, había un accidente por ir demasiado rápido, y la última mosca llegaba “chafada».

Años más tarde, Stephen Tucker tiene la idea de modificar la rutina convirtiéndola a una “asamblea de ases» para que, al final, las cuatro moscas queden aplastadas y no una. Primero viaja la primera, la segunda, finalmente la tercera, y entonces da un golpe para señalar el paquete al que han llegado. Pero el golpe es demasiado fuerte y ahora las moscas están todas “espachurradas». Y esta idea hubiese sido casi idéntica a la de Joaquín si no fuese por el comentado tema del “comercio mágico». Para sentirse libre de publicar este juego en su magazine “Spell Binder» (en el video que lo acompañó) sin comparaciones con el juego de Trost, Steve Tucker cambia las moscas por ranas. Pero la idea, es la misma.

Sin embargo, parece que Aldo Colombini ve el juego antes de hacerlo con ranas, o simplemente era consciente de la transformación realizada por Tucker. Le gusta la idea, el juego de Nick Trost está prácticamente agotado, y él está realizando un buen número de libros, videos, y cómo no, juegos de paquetito. Entonces Colombini adapta el juego de las moscas y lo vende como “The Fly Cards», pero, de nuevo, para no “copiar» lo existente, aplica la idea a unos “ases progresivos» que además, por la filosofía de Aldo de no complicarse la vida con los métodos mágicos, termina en un juego flojo, cuya única potencia está en el gag final.

El juego de Aldo llega a las manos de Joaquín Matas, al que no le cuesta trabajo ver los pros y contras de dicha versión. Entonces, y aquí está la gracia, Joaquín empieza a depurar inteligentemente la versión de Colombini para quitarle “lo que sobra» y llega, sin conocerlas, a las ideas originales, la versión de Tucker sobre la de Nick Trost de unos “cuatro ases» no-progresivos, con el final de las cuatro moscas chafadas a la vez.

Después, servidor, pone música al juego, pero de eso ya hablé al principio.

En fin. El propio Nick Trost comenta en uno de sus libros, respecto a otro juego en el que reduce unas cartas de tamaño, que ocurrió algo parecido: él tuvo una idea, luego la desarrolló, de ese desarrollo otro mago hizo una versión, luego otro mejoró la del anterior haciéndola muy famosa, y por último, recientemente, un mago (conociendo únicamente la anterior, la popular) había trabajado sobre esa versión para crear la suya propia”¦ que no era ni más ni menos que la idea original de Nick Trost que supuso el punto de partida. El ciclo de la creatividad: lo que algunos complican, otros lo simplifican y”¦

Si no fuese tan conocido, más de uno habría descubierto el triunfo de Vernon.

Woody

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